viernes, 14 de marzo de 2008

Riqueza en las Palabras

Desde mucho tiempo antes que se inventara la escritura, el ser humano ya hacía uso inequívoco de formas de transmitir la información. Esto lo hacía a través de narraciones que pasaba de generación en generación y de boca de los abuelos, o los más experimentados ancianos de la sociedad, a las generaciones que iniciaban su recorrido por el mundo.


Fue así como se dió origen a las leyendas, a los mitos y como se transmitían también las creencias religiosas que tan marcadas se hallaban en la sociedad primitiva. Se enseñaba a respetar y a temer a los elementos de la naturaleza y lo que más tarde llegó a conocerse como los valores que no era más que buscar el bien común a través del buen comportamiento de los individuos que formaban las castas, las tribus, los clanes o cualquier otra agrupación de carácter social.

Hacia los años 1400 A.C. a 1300 A.C. nace la escritura como medio de transmisión de información y esto permite a los Egipcios y Mesopotámicos obtener un adelanto en cuanto a su desarrollo social y cultural, haciendo de la escritura de jeroglíficos una forma más global de transmitir no sólo sus conocimientos sino también sus ideas y creencias.


El mundo desde entonces ha experimentado un acelerado crecimiento en todas las áreas del quehacer humano y permitido que tantas personas puedan exponer sus ideas y experiencias a través de la palabra escrita, alcanzando de este modo una audiencia mucho más amplia que si sólo pudiese expresarse de forma oral.


He aquí el detalle de la transmisión de las palabras y la riqueza o pobreza de las mismas. Todos podemos formarnos una idea clara de una persona con tan sólo un minuto escuchando lo que dice o cinco minutos leyendo lo que escribe. Las palabras impregnan en sí mismas los sentimientos de quien las utilice y compaginan perfectamente con la personalidad o el estado emocional de quien las produce.


Alguna vez hemos escuchado a una persona en el teléfono y luego de haber culminado la charla pudimos haber exclamado satisfechos: ¡Que educado! o ¡Que amable ese joven!. En el mismo escenario probablemente hemos tenido que habernos encontrado con alguien a quien no hemos podido evitar decir: ¡Que grosero! o quizás ¡Que falta de cortesía tan grande!.


Las palabras pueden ser utilizadas a favor o en contra nuestro, somos los únicos que podemos moderar lo que sale de nuestros labios y, al igual que nos gusta a nosotros escuchar o leer de alguien que ha sido un ejemplo por su dedicación y esmero en lo que realizó sobre la tierra, de la misma forma le agradaría a otras personas tener la oportunidad de conocer a alguien que sea capaz de hacerle sentir bien con lo que dice.


Utilicemos un lenguaje afable, sin ofensas y sin cambios bruscos que nos hagan ver como patanes o personas sin cultura. La lengua española es una de las más ricas del mundo y muchas veces me sorprende ver como hay personas que sólo parecen conocer las obscenidades que tanto mal vistas son dentro de nuestras expresiones de uso diario... Nuestras palabras son el reflejo de lo que somos y nuestra tarjeta de presentación ante nuestros semejantes, no permitamos que la primera impresión que causemos (que es la que perdura) sea de alguien sin el menor conocimiento de riqueza lingüística.


La belleza es simplemente simetría y en las palabras esto no es una excepción. Existen palabras que dan un valor agregado a nuestros escritos y algunas otras que matizan las situaciones de contacto fuerte para que el lector no se sienta agredido por la forma en la que nos expresamos.

Al igual que en cualquiera de las artes conocidas, tenemos matices para no causar cambios bruscos frente a la vista del observador, en la escritura también podemos encontrar palabras que maticen esos cambios bruscos haciendo o causando una entrada más sutil en la mente de nuestros preciados lectores y de esa forma lograr una conexión entre lo que pretendemos transmitir y lo que nuestros lectores piensan.


Como en todo, también existen excepciones y estas se dan sobre todo cuando lo importante no es permitir que el lector analice o piense en lo que nosotros planteamos sino que buscamos un estado de euforia en la mente de la persona, una reacción emotiva que lo lleve a la acción inmediata o que cause una reacción ante lo escrito.


Las palabras son simplemente el medio más directo de tratar con la mente humana a través de los sentidos... Somos entes que reaccionamos a las situaciones de la vida y eso hace que seamos susceptibles ante lo mágico o lo destructivo de las palabras dulces o las palabras toscas...