jueves, 13 de marzo de 2008

Belleza

El mundo está repleto de innumerables maravillas que son del color del cristal con el que decidamos mirarlas. Un árbol, por ejemplo es un estorbo para una constructora de un edificio gigante que se levanta majestuoso en medio de mi preciosa ciudad. Ese árbol, si el mismo que sirve de casa a unos cuantos pajarillos que se despiertan en la mañana con la alegría acostumbrada y los sueños de vivir libres como el eterno revoloteo de sus vistosas plumas, ese mismo árbol bajo el cual me sentaba a escribir mis cuentos de niño con un cuaderno rasgado y una plumilla que yo consideraba mi amiga, ese viejo amigo que hasta parecía consejero de decenas de parejas que marcaron sus nombres en la dura corteza de su tronco fortachón, ese espectáculo del mundo para mis sentidos un tanto rústicos, un tanto desmedidos, para otros es simplemente un objeto más que debe ser removido de su paso para plantar las bases de un gigante más tenazmente elaborado.


¿Qué sería de ciudades sin altos edificios? ¿Será acaso que el progreso se mide por la altura de los rascacielos? O quizás la belleza va ligada al esplendor de la ciudad que se levanta orgullosa sin terminar con la vida de los seres que estuvieron allí antes.


La belleza, lejos de ser algo que pueda definirse en términos matemáticos, científicos o de valores, es el equilibrio que guarda el conjunto de elementos sin afectar los que antes existían. No se debe alterar el orden establecido de antemano para obtener lo mejor de algo o de alguien.

Si logramos mantener todo en las proporciones exactas y en el lugar adecuado, lograremos también obtener la belleza de lo que buscamos y la satisfacción de haberla obtenido...